La Doctrina de la Santísima Trinidad en la Iglesia Ortodoxa
El pilar doctrinal más importante de la Iglesia Ortodoxa es aquella de la Santísima Trinidad. La Iglesia Ortodoxa enseña la doctrina patrística y católica.
La gracia del Señor Jesucristo, y el amor de Dios, y la participación del Espíritu Santo sea con vosotros todos. Amén.
2 Cor 13:14
El pilar doctrinal más importante de la Iglesia Ortodoxa es aquella de la Santísima Trinidad. Se nos fue revelada por el mismo Jesucristo a sus Apóstoles, y ellos a los Santos Padres quienes se encargaron de definirla por medio de los Santos Concilios Ecuménicos. Este dogma nos enseña que Dios es uno en esencia, pero tres en hipóstasis o personas. A su vez, es uno de los dogmas más polémicos porque distingue a la Iglesia Ortodoxa de las demás iglesias de occidente.
La Iglesia Ortodoxa firmemente confiesa que hay un solo Dios en tres hipóstasis distintas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Para nosotros, Dios existe en tres personas divinas que se mantienen estrechamente unidas y se comunican entre sí de forma natural, total, eterna e inseparable. Sin embargo, cada una de estas personas mantiene su identidad y características únicas, sin confundirse ni mezclarse entre sí. La unidad de las operaciones en la Santísima Trinidad no pasa como ocurre con los seres creados en la que existe una unidad en analogía, sino que es una unidad en su sentido más literal. De ahí que, para la fe ortodoxa, si la esencia divina es una, su operación (o energía) es una también. Esto último lo iremos desarrollando con el pasar del tiempo.
Retomando lo que hemos mencionado anteriormente, las tres hipóstasis se distinguen unas con otras por sus propias características personales, a pesar de compartir la misma esencia divina. El Padre, en su modo de existencia, es ingendrado (agennetos). El Hijo, en su modo de existencia, es «engendrado» (gennetos). El Espíritu Santo, en su modo de existencia, procede (ekporeuetai). Estos tres modos, o características individuales, expresan las relaciones eternas de las personas divinas en Dios.
Acerca de esto, San Fulgencio de Ruspe comenta en su obra La Trinidad diciendo:
En resumen, tenemos que el Padre es uno, el Hijo otro y el Espíritu Santo otro; en hipóstasis, cada uno es distinto, pero en naturaleza son iguales. En este sentido, Jesús dice: ‹El Padre y yo somos uno›. Nos enseña que ‹uno› se refiere a su naturaleza y ‹somos› a sus hipóstasis.
El Padre
Debemos saber y comprender que la fe ortodoxa confiesa que hay un solo Dios que existe antes de todo, sobre todo, y en todo, y por encima de: el Padre. Esta confesión la encontramos en el credo nicenoconstantinopolitano, confesamos «un solo Dios» quien es «el Padre Todopoderoso.» El Padre es completamente incausado y sólo él es el fundamento y la fuente de la Divinidad contemplada en el Hijo y el Espíritu Santo; sólo él es el autor, causa incausada inicial de todo lo que existe, sea visible o invisible. Como San Tarasios enseña,
Consideramos al Padre como no originado y como la fuente: como no originado porque es ingénito, y como fuente porque es el generador del Hijo y el que envía al Espíritu Santo, ambos por esencia procedentes de Él y en Él desde toda la eternidad.
4th cent., par. 92
Es decir, existe solamente una sola causa y un solo principio (arche) en Dios: la hipóstasis del Padre. San Gregorio Palamás denomina al Padre como el «principio generador en Dios» (theotes theogonos ho Pater) del Hijo y del Espíritu Santo, quienes toman su subsistente de Él. En esta comunión (koinonia) con su arche, ambas hipóstasis son iguales a Él en su esencia, gloria, energía.
Como podemos observar, en la economía Trinitaria explicada por la Iglesia Ortodoxa, el foco de atención se sitúa siempre en la monarquía del Padre, que, como única fuente de divinidad, causa la hipóstasis del Hijo por generación, y la hipóstasis del Espíritu Santo por procesión. De esta forma, salvaguardamos el dogma de la Unidad en la Trinidad porque radica en que hay una sola fuente de la Divinidad: el Padre que es el principio de las dos hipóstasis que son inseparables de Él: el Hijo y el Espíritu Santo.
El Hijo
El Padre tiene un solo Hijo, que, por una parte, no tiene principio porque es eterno, pero, por otra parte, no carece de principio porque tiene al Padre como principio, fundamento y fuente; sólo de él surgió antes de todos los siglos de forma incorruptible, sin cambio, impasible, por generación, sin sufrir ninguna división, siendo Dios de Dios. Se le llama también «Verbo» o «Logos» de Dios tal como enseña el evangelio de Juan en el capítulo 1, versículo 1.
Con el fin de ilustrar esta idea, tengan esto en cuenta: el Padre es «la mente suprema» que posee en sí mismo el «Verbo [o Logos] supremo» que es «siempre coexistente con la mente». Es en el Verbo donde el Padre posee el conocimiento perfecto de «todas las cosas que son bondad». Si el Padre es eterno, sin principio e increado; entonces el Verbo comparte los mismos atributos del Padre. No hubo, ni hay, ni habrá un solo momento en el que el Hijo no esté con y en el Padre. El Padre y el Hijo están unidos eternamente tal cual como enseña la Escritura.
Al Verbo (o Logos) de Dios se le denomina «Hijo» porque es engendrado por el Padre desde la eternidad y es totalmente idéntico al Padre en esencia. Puesto que su causa y principio es el Padre, no es el autor y principio de la Divinidad inteligible en la Trinidad, sino que es el autor y principio de todas las cosas creadas porque por él se hicieron todas las cosas. Por tanto, el Hijo no posee la acción de engendrar ni de espirar porque esto le pertenece exclusivamente al Padre.
San Ambrosio, en su homilía del Evangelio de San Lucas, menciona lo siguiente: «El Hijo es primero, y por consecuencia, coeterno, porque Él tiene al Padre con quien Él es eterno».
El Hijo es la imagen perfecta del Padre, como lo enseña el apóstol San Pablo en su carta a los Colosenses.
El Espíritu Santo
El Espíritu Santo, en la teología ortodoxa, puede considerarse como el amor eterno del Padre al Hijo. Para explicar mejor esto, nos basaremos en lo que San Agustín, en su obra En la Trinidad y que San Gregorio Palamás tomaría en su obra Los Ciento Cincuenta Capítulos. Dicho de cierto modo, cuando el Padre engendra al Hijo, este le ama y el amor sale del Padre y llega al Hijo. De este modo, identificados a tres figuras presentes: está el amado, el que ama y el amor en esta comunidad. El amor del que ama al amado es el Espíritu Santo y su existencia manifiesta la consubstancialidad del Padre y del Hijo.
Entonces, Iglesia Ortodoxa confiesa que el Espíritu Santo tiene como principio causal al Padre (el que ama), pero se manifiesta eternamente por medio del Hijo (el amado). De este modo, en el Occidente ortodoxo se pretendía explicar la consubstancialidad del Padre y del Hijo cuando los arrianos lo ponían en duda. El Patriarca Gregorio de Chipre, a propósito de este tema, utilizaba una analogía para ilustrar la posición ortodoxa. Tomemos de ejemplo al propio disco solar, que representa al Padre, mientras que los rayos que emanan de él representan al Hijo de Dios, y la luz o resplandor es una imagen del Espíritu Santo. Ahora bien, como señala el Patriarca Gregorio, los rayos transmiten la luz del sol, pero no son la fuente de la luz, es decir, no causan la existencia de la luz, ni le añaden nada, porque sólo el disco solar causa la luz. A partir de esta analogía es que se puede comprender las enseñanzas de los Santos Padres de la Iglesia, quienes hablaban de que el Espíritu Santo procede del Padre por medio del Hijo. De esta forma es como los ortodoxos comprendemos este término.
En contraste, en el Occidente moderno, existe una confusión entre el origen hipostático del Espíritu Santo (que es únicamente del Padre) y su manifestación eterna (del Padre por medio del Hijo). Al no diferenciar en ambos puntos, y creer que para que haya consubstancialidad entre el Padre y el Hijo, el Espíritu debe proceder hipostáticamente de ambos, o bien terminamos mezclando las hipóstasis del Padre y del Hijo o afirmamos que la característica del Padre de ser inoriginado y ser el arche de las otras personas de la Trinidad no es propio de su hipóstasis sino de la esencia divina, lo que significa que el Hijo y el Espíritu son idénticos al Padre hipostáticamente, cayendo en un sabelianismo. ¿Cómo podría recibir el Hijo al Espíritu Santo si el Hijo causase al Espíritu Santo?
Conclusión
Como podemos observar, la fe ortodoxa confiesa fielmente la doctrina de la Santísima Trinidad y la resguarda al enseñar la monarquía del Padre en la que sostiene al único principio causal de la Divinidad. Se distingue de las concepciones occidentales en las que se utilizan otros métodos de explicación (como aquella de las relaciones de oposición de Tomás de Aquino y que analizaremos después) u otras provenientes de teólogos protestantes en sus diversas confesiones.
Esta creencia también la encontramos en el credo nicenoconstantinopolitano, el cual recitamos todos los ortodoxos en la Divina Liturgia, recordando el misterio de Dios revelado a nosotros por medio de Cristo Jesús.